Aferrados a unas válvulas

Ana Rojas cambió su casa en San Fernando de Apure por una cama en un pequeño cuarto del piso cinco del hospital José Manuel de los Ríos. No le quedó otra opción, pues decidió traerse a su hija con hidrocefalia a la capital. En su ciudad natal no había cómo hacerle un tratamiento y le hablaron sobre varios centros de salud en la Gran Caracas donde podían atender a la pequeña. La primera odisea ya pasó: conseguir un nosocomio. Ahora viene la segunda parte, adquirir la válvula.

La hidrocefalia es una patología que causa una acumulación excesiva de líquido cefalorraquídeo en las cavidades del cerebro, conocidas como “ventrículos”. La válvula de drenaje permite sacar el líquido acumulado. El aparato, si se consigue, es costoso: oscila entre los 13 millones y los 21 millones de bolívares, monto al que ninguna de las madres de los pacientes del hospital de niños puede siquiera acercarse.

Un gorro cubre la cabeza y el corto cabello de Darifer, quien ya había sido operada antes en el Hospital Central de Maracay. “Ahí sí que no hay nada”, suelta la madre. Le colocaron una válvula para drenar la acumulación excesiva de líquido cefalorraquídeo causado por la hidrocefalia y, luego de la intervención, pasó a formar parte del grueso de niños que ven consultas en servicio de Neurocirugía del J.M. de los Ríos.

 A Wisleidy, una bebé de ocho meses, se le atrasó la operación por las remodelaciones del quirófano. “Este es el segundo cambio de válvula que le hacemos porque la primera se le infectó”, relata Yirleth Cuadro, madre de la niña. “Duré tres meses buscándola. Al final se las donó la Fundación Sonrisas”.

Wisleidy y Yirleth estuvieron dos meses a la espera de una operación de cambio de válvula, una de las más sencillas en el área de Neurocirugía. Pasaron dos meses en un rincón de una de las habitaciones habilitadas en el servicio de Cardiología del piso 5 por las remodelaciones al quirófano.

Anteriormente, ambas esperaban por la operación de cambio de válvula en el hospital Pérez Carreño, pero la escasez pudo más. “Allá no había nada. Ni válvula ni antibióticos”, asegura, “por eso me remitieron para acá”. Ni siquiera colocar el primer aparato a Wisleidy —siete meses atrás— fue fácil. Para ese momento también contó con el apoyo de una fundación, Espina Bífida.

Lejos de Apure, Ana Rojas también está en una lista de espera para recibir una válvula para su pequeña de tres meses. Ana confía recibir la llamada de la Fundación Pequeños Guerreros y que le digan que finalmente consiguieron el aparato para operar a su hija. Sólo así podrá regresar a su vida normal después de buscar sin éxito un cupo, primero, en el Hospital Militar y luego en el Pérez Carreño.

Maryeli Rodríguez y su hija María Valentina también saben lo que significa estar lejos de casa y en una espera interminable. Ambas viajaron 640 kilómetros en autobús desde el municipio Tulio Febres Cordero, en Mérida, hasta la ciudad capital. A la niña —de un año y diez meses— la válvula se le infectó. Ese aparato lo consiguieron a través de la fundación Prepara Familia.

Al igual que otras mamás, Maryeli se mantiene a la expectativa. Solo aspira a que la espera no sea tan larga y vuelva a contar con la misma suerte que antes. Ya ha ido a fundaciones y pide que la foto de su niña se haga viral en las redes para dar con la válvula. “Quizá así algún Ministro la vea”, dice esperanzada.

La promesa de inaugurar los quirófanos aún no se cumple, por lo que el coordinador universitario del postgrado de Neurocirugía, Edgar Sotillo, dijo que los galenos se dedican a buscar soluciones por su cuenta.

“De a poco estamos mandando a los pacientes al hospital Pérez Carreño. Hablamos con un cirujano de allá y acordamos enviarle un paciente semanal”, asegura. La lista de espera se reduce lentamente mientras el tiempo sigue en contra.