Dr. Pereira, 30 años sin tirar la toalla

Hubo un momento en el que los familiares de los pacientes oncológicos viajaban a Colombia para buscar medicamentos más nuevos y tecnologías más sofisticadas. Ahora, familias enteras viven un verdadero vía crucis para atravesar la frontera en busca de cualquier quimioterapia, vieja o nueva, en su mayoría ausentes en el centro de salud infantil ubicado en la capital del país.

Ese es el deterioro que vive el servicio de Oncología Pediátrica más importante de Venezuela y que le toca ver al doctor Augusto Pereira día a día. Toda su vida ha transcurrido en el hospital: primero como estudiante de Medicina desde el año 1985, después como egresado de la primera promoción de Oncología pediátrica en 1990, más tarde como coordinador de ese mismo posgrado y, por último, como jefe del servicio desde el año 2000, cargo que ostenta hasta la fecha.

Durante más de 30 años el galeno ha trabajado en los pasillos y quirófanos del hospital infantil. Vio cómo el J.M. primero se volvió una referencia nacional, después se convirtió en un referente regional y ahora se redujo a un hospital con la mitad de sus quirófanos paralizados y una severa escasez de quimioterapias.

En 2015, una filtración de aguas negras obligaron a mudar el servicio del sótano del edificio de hospitalización al piso seis. Dos años después, los doctores atienden desde ese espacio “prestado” a niños y adolescentes con lo poco que consiguen. Sin embargo, aunque la crisis se agrava con el paso del tiempo, la adversidad no detiene al Dr. Pereira ni al servicio de Oncología.

Un hospital referencia en la región

“Cuando nosotros comenzamos en el servicio la situación era difícil porque los pacientes que venían debían comprar los medicamentos. Eran muy costosos, pero se podían conseguir, estaban disponibles en el país”, recuerda Pereira desde su escritorio.

Hasta la primera década del 2000, asegura, se mantuvo esa situación. Luego el Gobierno creó el Sefar-Sumed para abastecer de medicamentos toda la red ambulatoria y hospitalaria. La iniciativa proveyó los tratamientos de forma gratuita a los pacientes oncológicos y permitió al servicio alcanzar estándares internacionales.

“En 2005 se alcanzó el punto tope, todos los pacientes podían ser atendidos. Eso nos puso a un nivel muy bueno, comparable con países avanzados en la materia, como México, Brasil y Chile”, explica.

En ese momento funcionaba de todo en el hospital: las quimios, las radioterapias y las cirugías. Todo lo que falla actualmente. Ahora la situación es muy distinta: las drogas escasean, la máquina de radioterapia se dañó hace más de cinco meses y casi todos los quirófanos están paralizados o por las remodelaciones o por la falta de anestesiólogos.

Añade que incluso la sobrevida de los pacientes, la expectativa de vida de una persona después de recibir el tratamiento pasó de 50% a 65% durante ese período de bonanza que duró hasta el año 2010. “Se mejoraron las condiciones, hasta se compró una máquina de radioterapia nueva”, dice.

A partir de ese año, la calidad del servicio fue en picada y los médicos quedaron de manos atadas frente a la crisis sanitaria. Las fallas de medicamentos se volvieron permanentes, mientras que la deteriorada infraestructura del hospital y la falta de una remodelación profunda han reducido los espacios de atención para los niños y adolescentes con cáncer.

Aunque en la década de los 90 y principios del siglo XXI muchos pacientes no podían costear los tratamientos por los precios, sí era posible adquirirlos con la ayuda de fundaciones o empresas. Ahora, los problemas de quienes reciben atención médica son otros.

“Muchos no pueden ni trasladarse al hospital por la falta de recursos y eso termina afectando la regularidad del tratamiento”, lamenta el oncólogo. “También hay medicamentos que no recibimos desde hace un año y que afectan la sobrevida del paciente“.

Para Pereira, los dos últimos años en el servicio de Oncología han sido los más duros de su carrera. Aún así, cargando una crisis sanitaria a cuestas, ni él ni sus pacientes desisten.

“El J.M. de los Ríos siempre ha sido un hospital referencia. Vengo por los pacientes, por las experiencias que uno tiene aquí y que no podría tener en un centro de salud privado. Es uno de los servicios más importantes por las investigaciones que se hacen y porque la mitad de los oncólogos del país se formaron aquí. Me quedo porque me gusta lo que hago”, afirma.